Escribir los sueños es sentir que una mala palabra azota con crueldad. Erguida miro el puente repetido, la plaza de las palomas y la mugre que viste sin elegancia el colectivo, intento hilvanar prolijamente el trazo que mis pequeñas alfileres dejaron al caminar descalzas y de incógnita.
¿Puedo?
Reflexión y refracción.
Tantos segmentos orientados, vectores de mi memoria, ellos si que pueden torturarme a diario mientras duermo, su fundamento en las leyes que estudian la interacción de la luz con los átomos musicales y los fotones que hacen lo propio en mi cabeza, despierto y sè que no es cierto, pero en realidad sé como se resuelven mis amadas fórmulas, sé que parte de todo eso es lo cierto.
Magnitudes escalares, montañas alejadas, y trenes retorcidos frecuentan con altura el carácter subjetivo de quién no escribe cuando duerme. Es el afán por el apuro que me deja sin realidad.