Pusilánime
envuelta en un vestido lúgrube,
reinaba la carencia en los movimientos de su reflejo
yacía sobre un cristal azogado y plano.
Cualquiera diría que era un maniquí
olvidado en un desván lleno de polvo,
con la mirada siniestra dolía en silencio.
Esa puta canción le atravesaba el c-u-e-r-p-o-e-n-t-e-r-o.
Era un bisturí dominado por quien no sabe lo que hace
ante la música y el color del vino entre las flores del mal
con las cuerdas que le cerraban no solo la garganta,
sino la historia que culmina aún con los capítulos inconclusos.