Todas las mañanas delineaba el precipicio de sus ojos, una a una cosía sus pestañas, mientras miraba su reflejo en la ventana, era el viento quien desvíaba al tiempo cobarde. Y ella lo sabía. Las palabras rotas viajaban en sus zapatos, como la poesía en su cuerpo entero, sucedía como cuando cesa el color del cielo, se suspenden los secretos debajo de la lengua, y los rostros incompletos ungidos en vino tinto salen a caminar en una noche negra como la verdad. Ella lo sabe bien, son aquellos los que no se portan en la cara visible, quienes deben abrirse, como dejarlos salir del cautiverio y ser presas de lo desconocido.
Si todo se trata de no quedar al descubierto, habrá que develar las tintas que componen esa imagen dulce detrás de aquellos signos de preguntas, es claro que lo que se esconde detrás de una fotografía, son los impulsos calcados, de recordar y repetir, la visión propia de lo que se quiere conservar, de lo que viaja en los zapatos y en el cuerpo.
La imposibilidad de la palabra, la música puede decir con exactitud, lo que aquellas callan se caen en el espacio del imaginario fotográfico. Y todas aquellas que transcurren en la retina de los agujeros faciales son las películas que se quiere ser, cuando todas las mañanas en su reflejo el fin dibuja el contorno de su paisaje para inventar un nuevo rostro para velar una maraña.