Es que ya no sucede nada en este lugar. Todo parece tan monótono
monocromático, predecible preparado para querer un salto al vacío de una
vez y un buen día despertar sin dudas en otro universo, en otro
planeta o quizás país. Parece que las películas en las que solía vivir
hasta para viajar en colectivo ya no existen, si bien, cada tanto me
gusta alguien. Nunca es nada fuera de lo común, es más, creo yo que
consiste casi en un juego para salir del aburrimiento que me atrapa como
una neblina exagerada que me oculta. A veces me gusta uno que nosé, otras veces me gusta uno que nada, otras uno que no me gusta y
así. La otra noche en el bar, hubo uno que me gustó, hablamos algo, y
con mi fernet me fuí sonriente. Hubo dos. Con mi fernet me fui sin
saludar. Creí que podríamos bailar lo sé. Creí que no se iba a acordar.
Hubo tres en realidad. En el balcón era invierno y en sus ojos yo
escuché esa voz del sur que tanto me gusta. Pero la frialdad siempre
gana, me gusta esperar el colectivo sola, poner las manos en los
bolsillos y mirar a todos regresar.
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