14 May, 2009

Correspondiente a todos los días

Dos días fueron los que pasaron desde que crucé esa puerta, había visto la luna congelada el lunes, teniendo en cuenta la distancia en años luz que me separa de ella, ese frío se sentía como una caricia.
Como una demostración amorosa, bufanda en mano, salí a ver el cielo gris a punto de quebrarse sobre mi cabeza, y como si fuera una escena de una película caminé con desdén por la ciudad, mirando las caras, los libros, los niños y edificios. Osea que iban de arriba abajo mirando mis ojos como si caminara con ellos en todas las direcciones y los pies marcaban el rumbo como si fueran los responsables de distinguir los obstáculos, gente y demás.
El asunto es que como pocas veces había llegado realmente temprano, siempre pasa lo mismo o muy tarde o muy temprano o sobre la hora, entonces me corrijo mejor porque no siempre pasa lo mismo si no que pasa lo que pasa cuando uno llega a un lugar sin llegar siempre de la misma forma.
Mientras esperaba tomé dos fotografías, veía gente que sacaba muchísimas fotos, casi compulsivamente pero para mi solo había dos ángulos interesantes, entonces me ofrecí a fotografiar a aquellos que intentaban retratar su cara y el edificio, para que se lleven al menos una porción más de pared de recuerdo y además porque no tenía otra cosa mejor que hacer. También indiqué amablemente como llegar a ciertos lugares aunque no lo sabía a ciencia cierta. A esa altura el viento me había despeinado y me acordé de unas amigas que me veían temprano llegando a trabajar con un nudo en la cabeza. Pensé en muchas personas, como si fueran una serie de imágenes que se hamacaban en mis cabellos, me imaginé corriendo y algunas de ellas se caían, otras seguían aferradas como hebillitas de plástico que soportan los más fuertes vientos. Es una imagen cursi, pero solo fue el momento, el otoño a veces me pone así. Sonaba una canción que me gusta mucho cuando llegó mi amigo, despeinado y sobre la hora. Compramos las entradas, intercambiamos algunas palabras, me sentí contenta.
Vimos una película que me hizo pensar, recordé historias de mi abuelo y de aquella mujer que no era mi abuela pero si la familia fuera a elección, sin dudas la hubiese elegido. Recordé algo que realmente no lo tenía en cuenta, nosé, últimamente me pasa que me cuentan detalles o cosas que yo misma dije o hice y no lo recuerdo. Me alivia sentir que con los pocos que hablo me escuchan. Otros me observan y me conocen, otros me sacan la ficha, otros piensan cualquiera y eso es bueno.
De la sala salí encantada, tratando de recordar y anotarme en la frente, todo eso que pensé para escribirlo pero finalmente si bien me acuerdo de esas cosas, hoy escribí distinto a lo que acostumbro, quizás es porque llegué temprano ¿No?
No sé porque escribo como si alguien me leyera, de hecho escribo para mi, pero a modo de dirigir mis palabras como si hubiera un tercero o cuarto anónimo escondido detrás de la cortina espiando algunas de las cosas que no digo y escribo, porque así funciona esto. Al margen de mis inquietudes de hoy, que son muchas, continuaré con mi relato sin sentido porque siento eso, todo el tiempo siento deseos de escribir, me despierto a la madrugada, a la mañana, cuando me baño, cuando viajo, cuando subo, cuando escribo, siento como si una voz interior relata cada una de las cosas que pienso, abro los ojos y recuerdo el sueño pero no puedo ya escribir como antes acerca de ellos. La culpa la tiene la voz, que me dicta como si fuera una orden, que impone otro modo u otra forma. Seguro que es porque llegué temprano. Porque ahora que no cumplo con horarios ajenos, tengo mi propio reloj ¿sabías? Me he vuelto más organizada, decir esto podría ser mentira, pero quizás no.
Repito tanto las palabras que ya me molesta, pero a lo que iba era que salimos del cine y caminamos bastante, hablamos, tomé dos fotografías más que no me gustaron mucho finalmente pero tampoco las borré. Hablamos de nuevo, hablé yo, habló él. Recorrimos una librería entera, me compré tres plumas nuevas y algo pequeño para dibujar.
Cuando nos despedimos, respiré pensando que realmente no tenía apuro de volver a casa y me sentí aliviada por eso. Comencé a caminar, las mil quinientas cuadras que me separaban de la parada de un colectivo que podría devolverme a mi hogar. Iba a tomar el subte, pero como eran casi las seis, la hora pico, la gente, el pico de la gente cerca. No. Mejor camino. Cuestión, justo a la hora pico, la gente con su pico de la gente cerca en vez de ir en subte salió a caminar también, no por elección si no porque el libro de jack keroauc no les funcionaba y entonces yo. ¿Qué hacía ahí si mi lugar era debajo de la tierra?
Sentí que el mundo, el subte y los todos picos de la gente estaban en mi contra. Todos hablaban por celulares, caminaban enredándose, me preguntaba que tan importante es informar algo todo el tiempo. Me pregunto cosas estúpidas a veces.
Caminé por otras calles del mismo país, esquivando bolsas, maquillajes y tacos altos. Sentí que mi cara estaba tan blanca como si me hubiesen borrado. La gente estaba fuera de foco, yo seguía una línea tratando de no chocar, tratando de no escribir lo que realmente pensaba y mientras tanto llegué hasta acá.

1 comment:

Sergio Sánchez said...

Ya, yo me enteré de manera indirecta. Me avisaron unos amigos.
Espero que en un futuro pueda actuar allí.

Salud2