11 May, 2009

Incisivo

Tuve la semana entera, las horas y los días, se pasan como las canciones de un disco que escucho a menudo. Siempre espero al último día para sentir eso que se siente cuando no queda otra que intentar hacer lo que se debe. A duras penas pienso en eso, miro por la ventana, hay gente que sale a andar en bicicleta en esta tarde de domingo que no parece de otoño.
Anoche había bebido lo suficiente, como para pararme en la esquina de su calle y mirar hacia la izquierda. Estaba realmente a tres cuadras de su casa, hubiese querido llegar culpa de la casualidad y encontrarlo en cualquiera de las esquinas que nos separaban. Pero mi cara estaba como desfigurada, no solo estaba despeinada y vistiendo la ropa como si fueran trapos, sino que no podía ser de otra manera, mi cuerpo entero no soportaría una noche fuera de casa esta vez, sorteando la suerte de encontrarlo en cualquier antro o esquina. No podía, no tenía sentido ya… entonces doblé la esquina hacia el lado contrario, y esperé el colectivo. Aliviada me senté no muy contenta del lado del pasillo, decidí que lo más apropiado era escuchar esos sonidos poco agradables para mi madre e inentendibles por demás, que penetrarían por mis oídos mientras de a poco calcaban la forma de mis orejas y así más adelante me dibujarían por dentro con lápices de todos los azules posibles aquellos órganos que ya no suenan a nada que funcione bien.
La heladería estaba abierta, busqué las llaves dentro de mi bolso, doblé a la esquina de la calle más oscura y vacía. Crucé hacia el otro lado y caminé bastante rápido, miré hacia atrás antes de llegar a la esquina. Abrí con alivio la puerta de mi casa, la luz de mi habitación estaba encendida. Llegué, con deseos de todo aquello que no podía. Pensando en esto que me estaba sucediendo, en esa sensación inútil de vacío gris, con el deseo de morderme a mi misma para despertarme de este sueño tan profundo que ni sentido tiene. A diferencia de todo aquello que soñé esta semana entera, como el ascensor que portaba cuatro baños en su interior. O el regreso de Federico del exterior, que lo supe por anticipado gracias a la excelencia de mi radar onírico…estaba tan lindo con la apariencia del otro Federico, lucía rapado con lentes cuadrados, vestía un chaleco color bordó. Me sonrió con la más hermosa de las sonrisas del otro que no es quien era en verdad…. Y en sus labios pude leer la advertencia que decía: noo Romi y se fue hacia el fondo del lugar. Había cruzado para llegar hasta allí una habitación enorme llena de camas. No sabía donde estaba, seguía buscando, el lugar era similar a una estación de tren de madera inglesa, antigua y enorme, llena de gente elegante. Me desperté y recordé que ahora los días se hacen cortos y oscuros. Tuve la noche entera, para dormir flotando en la esfera pronta a estallar, mientras escribo estas palabras, de a poco las letras comienzan a forjar la próxima explosión dental, de nuevo soñé que se me caía un diente, esta vez nadie por la fuerza de un beso era el culpable de la ruptura, esta vez sentía algo en la boca que me molestaba, saqué aquello que lucía como una piedrita y lo tiré sobre una mesa de madera, el gesto repetido cuando hago a un lado aquello que no tiene sentido, la dentadura entera no se cae porque si, como la lluvia que tanto espero en el vacío de mi boca, en los huecos de mis días para inundarme de todo aquello que desconozco.

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